sábado, 4 de julio de 2020

El retorno de Leonardo Márquez "El tigre de Tacubaya" a México en 1895


En una de las mañanas que transcurrían en el apogeo de la paz porfirista, apareció en "El Partido Liberal", publicación oficiosa cuyos redactores lo leían solo en la gacetilla y el boletín del Monitor Republicano, este insinuante párrafo: "El lugarteniente del imperio anhela volver a México y hay alguien que procura allanarle el camino por donde el perdón ha de venir". Apenas un tiempo después, Márquez escribió a Don Manuel Romero Rubio, ministro de gobernación y suegro del Gral. Porfirio Díaz, diciéndole que la república estaba cimentada, que la paz era un hecho consumado, que los odios de partidos se habían extinguido y que hacía veintisiete años que sufría en el destierro por lo que solicitaba permiso para volver al país con la promesa de no volver a tomar partido ni política. Romero Rubio de inmediato dio cuenta de la solicitud al presidente Gral. Díaz, quien siempre magnánimo con los grandes pecadores políticos, acordó de conformidad. Autorizado su retorno, Márquez se embarcó en la Habana en el vapor "Seguranza" el 23 de mayo de 1895 con 75 años de edad y un sinfín de recuerdos, batallas y fusilados a cuestas, entre ellos los hombres más fuertes del ideal juarista, Ocampo, Degollado y Valle. Acompañado sólo de la señora Antonia Ochoa de Miranda y la pequeña hija de esta, el vapor atracó en el muelle de Veracruz a las 9 am del día 27; había más público de costumbre ya que los diarios se habían encargado de dar el aviso. Más de mil ojos vieron el retorno de Márquez, aunque ya no el mismo, ahora lucía gastado pero con su misma dura expresión. Al pisar tierra mexicana el inolvidable proscrito exclamó con los ojos llenos de lágrimas -¡Vuelvo al cabo de veintisiete años a la patria!- y se encaminó hacia la aduana donde el administrador Javier Arrangoiz inspeccionó el despacho de su equipaje. Marchó después al Hotel México donde se hospedó y se dirigió a la comandancia militar a saludar al general Rosalino Martínez.
Con anhelo recorrió a pie la plaza principal y los portales; el pueblo veracruzano no le quitaba la vista de encima: buscaban a la temible fiera que destronó a varios liberales y no hallaban más que a un extranjero anciano, decrépito, delgaducho, ofuscado, manso y cortés. Al siguiente día tomó pasaje de primera en el ferrocarril para México; admiró los cambios que ya había en el país y piropeó las cumbres de Maltrata hasta llegar a la estación de la Esperanza. Pero no todo habría de ser dicha, una parte del pueblo y un gran número de estudiantes de la Escuela Nacional Preparatoria esperaban a Márquez en la estación Buenavista con una manifestación hostil. Antes de llegar a la ciudad de México, Márquez pasó por Huamantla, Puebla y Tlaxcala acompañado por el periodista Ángel Pola. A su llegada a la capital lo recibió su pariente don Román Araujo y un enjambre de pequeños, quizás sobrinos, quizás nietos; también estuvieron Victoriano Agüeros y coronel Agustín Camacho. El veterano conservador saludó con efusión y subió a una carretela que lo llevó al Hotel Washington, donde se hospedaría. Este sería el hogar de Márquez por un tiempo; una vida de asilamiento, amigos de visita muy contados a los que nunca les habló de política ni mucho menos de su atroz pasado. A veces madrugaba y partía a la iglesia de Santo Domingo a escuchar misa; solía ir al teatro vestido con elegancia y corrección. Pero ya nada era igual, Márquez ya no pertenecía a México, su pasado era una loza que aplastaba el perdón y el olvido, ante ello decidió años después regresar a la Habana, la tierra que le había dado asilo y en donde moriría a la edad de 93 años. 


Fuente: Pola, Á. (1904) Como conocí al general Leonardo Márquez, El imperio y los imperialistas, México, F. Vázquez Editor
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